Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado de la ciudad, recomendándole que no se entretuviese en las tiendas de ropa por el camino, pues comprar ropa le encantaba, ya que siempre andaba acechando por allí el borracho de la ciudad.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar la cuidad para llegar a casa de la Abuelita, pero cogió un poco de dinero y se fue con el autobús. Cuando se bajo del autobús vio al borracho de la ciudad.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el borracho trabándosele la lengua.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el borracho para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en el suelo y se entretuvo comprando ropa: - El borracho se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso jersey de lana, además de los pasteles.
Mientras tanto, el borracho se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un policía que pasaba por allí había observado la llegada del borracho.
El borracho emborracho a la Abuelita y la escondió en el armario cuando se durmió. Se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¿llevas lentillas?
- Sí, son para verte mejor- dijo el borracho tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más suaves tienes!
- Sí, esque me doy mucha crema- siguió diciendo el borracho.
- Abuelita, abuelita, ¡ una botella de vino ahí!
- Es para...¡ emborracharte mejoooor!- y diciendo esto, el borracho malvado se abalanzó sobre la niñita y la emborrachó, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el policía se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del borracho, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un guardia civil y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al borracho tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El policía sacó su pistola y despertó al borracho. Le preguntaron que donde estaban la abuelita y caperucita.
Les dijo que en el armario ya no borrachas porque se habían tomado unas pastillas que les dio el borracho cuando estaban dormidas.
Para castigar al borracho malo, el policía lo durmió y le abrió el vientre y se lo llenó de todos las cosas que la abuela no quería. Despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a una fuente próxima para beber. Como las cosas pesaban mucho, cayó en la fuente de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.